30/10/08

La figura de María en los primitivos

Ante todo, conviene precisar qué cosa entiendo por “primitivos”.
Todo arte posee unos orígenes, como un período clásico o de plenitud, seguido de otro de decadencia que, en nuestra cultura, hemos llamado Barroco.
A partir de ahí, del agotamiento del clasicismo en las formas barrocas, la literatura y el arte en general buscan el regreso a las formas clásicas —el Neoclasicismo de nuestro siglo XVIII—, para desembocar en nuevas formulaciones barrocas —el Romanticismo, en nuestro caso—. Y así sucesivamente, en un continuo movimiento alternativo que da lugar a renovaciones estéticas cada cierto período de tiempo, respondiendo a los dictados psicológicos de la moda.
Parece éste un esquema simplificador, pues cada movimiento artístico posee sus singularidades, su perfil propio, en armonía con el acontecer histórico de su tiempo. No obstante, siendo esto rigurosamente cierto, también lo es el hecho de que por debajo de esas singularidades irrepetibles en el tiempo podemos advertir un fondo de clasicismo o de barroquismo; tendencia al optimismo, equilibrio y serena armonía, que son las notas del clasicismo, frente a sus contrarios de pesimismo existencial, desequilibrio, tensión, que son las propias del barroquismo.
¿Y los orígenes, se dirá? ¿Qué ocurre con los orígenes, con los primitivos como modelos históricos? ¿Acaso no hay vuelta a los orígenes?
Me temo que, hablando con propiedad, no hay vuelta a los orígenes.
Los autores primitivos están dotados de una ingenuidad, de una sencillez y pureza tales que no vuelven a darse dentro de un ciclo cultural. El encanto que emana de las creaciones de los autores primitivos se deriva precisamente de esa ingenuidad, positivamente entendida como fe sin fisuras ni asomos de escepticismo. Fe, no sólo en lo religioso, sino en todo el sistema de valores que conforma su mundo.
Acudimos a los primitivos para sentir el frescor de lo originario, su pureza de sentimientos, ideas y lenguaje. Ahí están, a disposición de todos, no para volver a ser como ellos, lo que sería literalmente irrealizable, pero sí para ayudarnos a renovar ideas y estilos agotados. Los hombres del 98 —principalmente Azorín y Antonio Machado—, que sintieron la necesidad de renovar radicalmente su sentir de España, como su sentir de la vida misma y del quehacer literario, volvieron sus ojos a los primitivos, a obras y autores como el Cantar de Mío Cid, Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, y de ellos —amén de los clásicos— nutrieron su obra, que resultó tan fecunda.
Llevado de esta idea, he querido hacer una pequeña incursión por el tratamiento que nuestros primitivos dan a la figura de María, la madre de Jesús, pues es bien sabido que el pueblo español ha tenido siempre especial predilección por la figura humana de María como madre de Dios hecho hombre y, consecuentemente, como madre de todos los hombres. En el Cantar de Mío Cid, compuesto en su primer cantar, el del destierro, a partir de 1140, aunque nos ha llegado en su forma refundida del códice de Per Abat, de 1307, encontramos las primeras referencias literarias a Santa María. Veámoslo.
La oración de Jimena, la esposa del Cid, sobre las gradas del altar del Monasterios de San Pedro de Cardeña, el día mismo en que el Cid ha de partir al destierro, encierra la primera de dichas referencias:

A ti, Señor glorioso, Padre que en el cielo estás:
hiciste el cielo y la tierra, al tercer día el mar,
luna y estrellas hiciste y el sol para calentar,
en Santa María madre, fuiste Tú carne a tomar
y en Belén te apareciste conforme a tu voluntad.
... ... ...
a San Pedro ahora le pido que a Ti me ayude a rogar
por el Cid Campeador, que Dios le guarde de mal.
Y que si hoy nos separamos vivos nos vuelva a juntar.

Las restantes menciones a la Virgen que aparecen en el poema están puestas en boca del Cid; pero, salvo una, las demás las hace en presencia de su esposa, Jimena. Parece esto indicar que la devoción a María se relacionaba más con la vida familiar que con la militar. En los combates, si los musulmanes atacaban al grito de “¡por Mahoma!”, los del Cid lo hacían “¡por Sant Yago!” Santiago apóstol era quien asistía directamente a los cristianos en los combates, y así se ha representado profusamente en el arte.
Pero sigamos con las menciones a María.
Una vez que el Cid ha conquistado Valencia, reúne a sus hombres con el doble propósito de arengarlos y de enviar a Minaya Alvar Fáñez a Castilla en busca de su mujer e hijas, que habían quedado, años atrás, acogidas en San Pedro de Cardeña.

Manda a todos que a la Corte se le vengan a juntar
y cuando están reunidos lista los hizo pasar:
tres mil seiscientos tenía Mío Cid el de Vivar.
Sonríe el Campeador de tan alegre que está:
“A Dios y a Santa María gracias, Minaya, hay que dar.
Con muchos menos salimos de mis tierras de Vivar,
ahora tenemos riqueza y aún hemos de tener más.”

A poco de la llegada de Jimena y las hijas del Cid a Valencia, reunidas con Rodrigo tras largos y sacrificados años de separación, el emperador almorávide Yúsuf pone cerco a la ciudad de Valencia, a fin de recuperarla para el Islam. El Cid, lejos de atemorizarse, se alegra, puesto que va a tener ocasión de lidiar con los moros ante la mirada de su mujer, Jimena.

“Mujer, en este palacio y en esta torre quedad,
no sintáis ningún pavor porque me veáis luchar,
que Dios y Santa María favorecerme querrán
y el corazón se me crece, porque estáis aquí detrás.
Con la ayuda del Señor la batalla he de ganar.”

Y en vista de que los tambores del ejército almorávide hacen retemblar el aire y atemoriza a las damas, el Cid dirá :

“De esto saldremos ganando, no tengáis más miedo, no,
porque antes de quince días, si así place al Creador,
esos tambores morunos en mi poder tendré yo;
mandaré que os los muestren y así veréis cómo son.
Don Jerónimo irá luego a colgar tanto tambor
en el templo de la Virgen, madre de Nuestro Señor.”
Este es el voto que hizo Mío Cid Campeador.
Las damas van alegrándose y ya pierden el pavor.

Aclaremos de paso que ese don Jerónimo que nombra el Cid es un clérigo francés, del Périgord, que vino a unirse a las huestes cidianas en calidad de capellán y soldado a un tiempo. En las batallas, lo vemos peleando a caballo, con la cruz en una mano y la espada en la otra. Fue el primer obispo que tuvo Valencia, desde su conquista por el Cid, y tras la muerte de éste acompañó a Jimena a Burgos para depositar los restos de Rodrigo en San Pedro de Cardeña. Pasó luego a Salamanca, que estaba repoblándose, donde fue su primer obispo e intervino en la decisión de construir su primera Catedral románica. Sus restos reposan en una capilla de la Catedral nueva de Salamanca (me refiero a la Catedral gótica del XVI, construida sobre un brazo del crucero de la Catedral vieja), en cuyo altar puede verse el llamado “Cristo de las Batallas”, que no es sino la cruz con la imagen prerrománica de Cristo que don Jerónimo llevaba en su mano, sobre su cabalgadura, durante las batallas contra infieles.
Resulta fantástico y sobrecogedor pensar en tales cosas hoy en día, cuando los ideales de paz y solidaridad entre los pueblos se han extendido entre nosotros. Pero hemos de pensar que nuestra civilización, con los ideales que hoy nos mueven, no habría sobrevivido sin aquellos episodios y sin el espíritu que animaba a aquellos antepasados nuestros. Una de las mayores fuentes de incomprensión y malinterpretación de la Historia es la que consiste en juzgar los hechos del pasado desde las convicciones del presente, máxime cuando estas convicciones no hubieran sido posibles sin aquellos antecedentes. Se trata de una actitud infantil semejante a la del chico que se avergüenza de la humildad del origen de sus mayores, sin entender que esos mayores han hecho posible, con su esfuerzo y sacrificio, su ascenso cultural y social.
Como también es necesario comprender y aceptar que el paso del hombre por la historia no es rectilíneo ni siempre luminoso y ascendente; que la interpretación optimista de la historia no se corresponde con la realidad; que es necesario aceptar nuestro pasado tal como es, procurando sacar de la historia las enseñanzas que convenga sacar. Todo menos ignorar o falsear el pasado.
Pensando en todo esto, cada vez que tengo ocasión de pasar por Salamanca, entro en su Catedral y me asomo emocionado a una capilla de su cabecera, tras el altar mayor, donde puede verse en la penumbra, casi olvidado en nuestro tiempo, el sepulcro de don Jerónimo, o don Jerome de Périgord, y, sobre el pequeño altar, el crucifijo con el Cristo renegrido que asistió a tantas batallas del Cid contra los invasores almorávides. Y es que en nuestra epopeya, a diferencia de la francesa o la alemana, no predomina lo irreal o fabuloso, sino que constituye un asombroso reflejo de la realidad, especialmente en sus personajes y en su toponimia.

Las referencias literarias a María que hemos visto en el Cantar de Mío Cid revelan ya en época muy temprana, en pleno siglo XII, en el origen mismo de la literatura en lengua castellana, la devoción y la preeminencia que los españoles otorgaron a la figura de la madre de Jesús sobre cualesquiera otras del culto cristiano, en equivalencia y estrecha relación con Jesucristo. No hay, sin embargo, lirismo, exaltación poética en la mención de la Virgen en estas primerísimas representaciones literarias. Se la denomina, sucesivamente, como “Santa María”, “Virgen” y “madre de Nuestro Señor”. No son estos tiempos heroicos propicios para otra cosa que la exaltación épica. La religiosidad se asocia a los ideales bélicos, ya que las continuas guerras contra el Islam aseguran la supervivencia de un pueblo y de una cultura fundada en el Cristianismo.
Es en el siglo XIII cuando el culto y devoción a María va a hacerse intenso lirismo.
El siglo XIII, siglo del gótico por excelencia, supone un enorme progreso en la cultura medieval. Progreso democratizador, diríamos en términos actuales, pues vino acompañado de una mayor participación del pueblo llano en el protagonismo histórico.
Recordemos algunas de sus características esenciales.
Aumento de las ciudades y de la economía mercantil. Fundación de las órdenes mendicantes y democratización del culto cristiano con la construcción de grandes templos en los barrios populares; se trata de las catedrales góticas, dotadas de amplios ventanales cerrados por vidrieras por donde entra la luz a raudales. La luz es el componente fundamental del gótico, no la ojiva o arco apuntado. Los templos góticos son prodigiosas estructuras de extraordinaria funcionalidad, destinadas a acoger muchedumbres y a que la luz penetre todo el recinto, hasta el último de sus rincones. En esos nuevos templos, llenando sus grandes naves, el pueblo podrá ya asistir al sacrificio de la misa y contemplar su liturgia de principio a fin, sin penumbras y sin cortinas que reserven su mirada del momento en que se produce el misterio supremo de la transubstanciación o conversión del pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo, frente a lo que venía ocurriendo durante los períodos visigodo, mozárabe y románico.
Si en los templos románicos la nobleza asistía al culto instalada en galerías altas, sin mezclarse con el pueblo y por encima de él, en lo que se llamó el triforio, galerías situadas sobre las naves laterales del templo y abiertas a la nave central y el crucero, en las catedrales góticas, por contra, el triforio desaparece funcionalmente para quedar convertido en un simple adorno arquitectónico, a lo sumo en un estrecho corredor con balaustrada situado entre los arcos laterales de la nave central y sus grandes ventanales de altura.
El siglo XIII, en fin, fue para España un siglo de trascendental importancia. Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en que el poder almohade quedó definitivamente abatido, y después de unos años de tregua y relativo reposo, el rey Fernando III el Santo y su hijo el Infante don Alfonso, más tarde Alfonso X el Sabio, tomaron toda la Andalucía occidental, desde Jaén hasta Cádiz y Huelva, e iniciaron su repoblación.
España, en definitiva, se ensanchó considerablemente, en el mayor empuje experimentado por aquel gigantesco esfuerzo de recuperación de España que la historiografía ha llamado “la Reconquista”. Y al decir que España se ensanchó, quiero decir, rigurosamente hablando, que se ensanchó el Cristianismo, la Civilización Occidental, el legado de Grecia y de Roma, la concepción del hombre como ser libre, dueño de sus destinos frente a los poderes que en todo tiempo y lugar tienden a sojuzgarlo, a someterlo, a adoctrinarlo y fanatizarlo.
Se ensanchó, finalmente, la libertad, el progreso del hombre hacia la libertad, que es el verdadero progreso de la historia. Valor éste que estaba contenido en muchísima mayor medida en el Cristianismo que en el Islamismo, como los hechos históricos han venido a mostrar. Es más; la libertad como valor supremo e inalienable del alma humana estaba y está en la raíz misma de la concepción cristiana del ser humano, no en la concepción determinista e integrista de la doctrina de Mahoma expuesta en el Corán. La Constitución, por ejemplo, ese texto sacralizado en nuestros días, con el que se trata de garantizar nuestras libertades y derechos como ciudadanos, es un producto del Cristianismo, de la civilización cristiana occidental. Y esto, que durante mucho tiempo ha sido entre nosotros una obviedad, parece que necesita hoy ser recordado, en vista de las tergiversaciones y olvidos de la historia que algunos sustentan y muchos padecen.
La repoblación de Andalucía occidental en el siglo XIII significó, además, un acrecentamiento de la riqueza para las gentes de la España cristiana. Los repartimientos de tierras se extendieron a la totalidad de los repobladores; nadie quedó sin su parte en la propiedad libre de la tierra, al modo como se había hecho tiempo atrás en las repoblaciones de Castilla. Los repobladores de Andalucía accedieron a la condición de cultivadores libres, no sujetos a servidumbre o vasallaje de tipo feudal, ya que tampoco existieron grandes desequilibrios en el reparto de la riqueza.
Los desequilibrios, las grandes concentraciones de tierras en latifundios inmensos, con la subsiguiente conversión de los pequeños cultivadores libres en proletariado o mano de obra asalariada, sobrevendría con el tiempo. Esto es algo que acaba de recordarnos Antonio Domínguez Ortiz en una reciente entrevista que a todos convendría leer, porque resume y sintetiza magistralmente muchos años de investigación, mucha sabiduría de la historia y de la vida. Señala también Domínguez Ortiz el dolor de la expulsión de los moriscos en su práctica totalidad, la inhumanidad que supuso la constante persecución de los pocos que quedaron hasta lograr expatriarlos, la “maurofobia” que reside en nuestro ser más hondo... Es una muestra de lo que he señalado más arriba sobre la necesidad de mirar la historia de frente, sin ocultamientos ni tergiversaciones, y sacar de ella las enseñanzas que convengan a nuestro tiempo.
Así que no dudo en considerar que el siglo XIII es el gran siglo de la Andalucía cristiana, además de ser un siglo de plenitud de la cultura occidental en la Edad Media.
Pues bien, el culto a María alcanza en este siglo XIII su mayor esplendor en toda Europa, asociada, en el caso de España, a la acción de repoblación y recristianización del sur peninsular. Y no tengo la menor duda de que el culto a la Virgen de Belén en nuestro pueblo procede de ese siglo, en que se tomó a los almohades y se repobló con gentes del norte. No sé si fue desde un principio patrona, o no lo fue hasta más tarde, ya que existe también el culto a la Virgen de las Angustias; corresponde a los investigadores de la historia local dilucidar la cuestión. A mí me interesa el hecho capital de que el culto a María se implanta en Palma al tiempo mismo de su reconquista y repoblación, hacia 1240; porque repoblación, cristianización e introducción del culto a María van necesariamente unidos.
Veamos, pues, qué caracteres reviste la representación de María en nuestra literatura del XIII.
Gonzalo de Berceo, humilde clérigo natural del pueblecito riojano de Berceo, criado en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, del que probablemente fue capellán, es uno de los más enamorados autores de la figura de María, a la que dedica los «Milagros de Nuestra Señora», el «Duelo que fizo la Virgen María el día de la Pasión de su fijo» y los «Loores de Nuestra Señora». Y resulta emocionante leer las tiernas y delicadas alabanzas con que obsequia a María.

La bendita Virgen es estrella clamada ,
estrella de los mares, guiona deseada,
es de los marineros en las cuitas guardada,
ca cuando esa veden , es la nave guiada.
Es clamada, e eslo de los cielos, reína ,
templo de Jesucristo, estrella matutina,
señora natural, piadosa vecina,
de cuerpos e de almas salud e medicina.

De entre las numerosas expresiones que le dedica, escojo algunas: la «Gloriosa», «reina coronada», «Reina preciosa e de precioso fecho», «Madre preciosa», «reina de la mar», «Madre del Rey de gloria», «Virgo todas sazones, ca non quisiste pecar», «vierbo dulz y süave, plus dulce que la miel», «Virgo madre gloriosa, singular e señera, plena de mansedumbre, plus simple que cordera».
El rey Alfonso X el Sabio es autor personal y directo de las «Cantigas de Santa María», colección poética de milagros atribuidos a la Virgen, escrita en lengua gallega, que era la lengua poética por excelencia en su tiempo. Veamos una muestra, traducida al castellano de hoy.

Rosa de las rosas y flor de las flores,
Dueña de las dueñas, Señora de Señoras.
Rosa de beldad y de parecer,
y flor de alegría y de placer;
Dueña en muy piadosa ser.
Señora en quitar penas y dolores.
Rosa de las rosas y flor de las flores,
Dueña de las dueñas, Señora de Señoras.
A tal Señora debe hombre amar
que de todo mal lo puede guardar,
y puédele los pecados perdonar
que hace en el mundo por malos placeres.
Rosa de las rosas..., etc.
Debémosla mucho amar y servir,
porque trata de guardarnos de faltar,
además de los yerros nos hace arrepentir
que nosotros hacemos como pecadores.
Rosa de las rosas..., etc.
Esta Dueña que tengo por Señora
y de la que quiero ser trovador,
si yo por algo pudiese conseguir su amor,
doy al demonio los otros amores.
Rosa de las rosas y flor de las flores,
Dueña de las dueñas, Señora de Señoras.

Juan Ruiz, arcipreste de Hita, próxima a Guadalajara, aproximadamente hasta 1350, es el tercero de los grandes poetas cultos que se distinguen por sus poemas líricos a María. Los «Gozos de Santa María», en general, son composiciones poéticas breves dedicadas a cantar algún suceso gozoso de la vida de María, como sería la Anunciación, el Nacimiento de Jesús o la Ascensión. Veamos un fragmento de los «Gozos» compuestos por el Arcipreste.

Virgen, del cielo Reína ,
e del mundo medicina,
quiéreme oír muy digna,
que de tus gozos aína
escribo yo prosa digna
por te servir.
Decirte he tu alegría,
rogándote todavía
yo pecador
que a la gran culpa mía
non pares mientes , María,
mas al loor .
... ... ...
Señora, oy´ al pecador:
pues tu fijo el Salvador
por nos bajó
del cielo, en ti morador,
el que pariste, blanca flor,
por nos nació.
A nosotros pecadores
non aborrezcas,
pues por nos ser merezcas
Madre de Dios;
ant´él con nosotros parezcas ,
nuestras almas le ofrezcas,
ruegal´ por nos .
... ... ...

Un intenso lirismo recorre las composiciones de los tres poetas, Berceo, Alfonso X, Hita, a la Virgen María. El contraste con el Cantar de Mío Cid es total y absoluto. Si en éste la figura de María no está caracterizada, no se le dan otros atributos que los de «Virgen» y «madre de Nuestro Señor», presentes en el Evangelio, en los poetas del período gótico la abundancia de piropos a la Virgen es tal que parece que porfían en mostrar sus íntimos sentimientos de ternura hacia María. En labios de estos poetas, en definitiva, la Virgen María cobra una personalidad de tal atractivo y encanto ante sus devotos que ha traspasado los siglos y ha llegado hasta nosotros.
En las artes plásticas, ocurre algo muy semejante. Se dirá que la rigidez e inexpresividad de las representaciones anteriores al siglo XIII son producto de las limitaciones técnicas de pintores, miniaturistas, escultores; que no se había logrado representar la perspectiva, ni el movimiento, ni la expresión de los rostros, y de ahí el hieratismo de las figuras del arte románico y prerrománico. Pues bien, no creo en las explicaciones que tratan de justificar los hechos humanos en función del atraso o progreso de las técnicas. No creo que la técnica sea la que condiciona la cultura de los hombres, en un movimiento de fuera adentro. Creo, más bien, que son las necesidades interiores las que determinan el progreso de la técnica; que, ante la necesidad de materializar una determinada exigencia cultural, los hombres nos aplicamos en encontrar su solución por la vía del arte, de la ciencia, de la técnica; y la encontramos. Creía Azorín que el verdadero progreso es el de la sensibilidad, en franca contraposición con toda interpretación materialista del hombre y la historia, y no andaba muy descaminado.
He traído, para terminar, tres imágenes de la Virgen en códices medievales españoles.
La primera, perteneciente al códice llamado «Beato de don Fernando y Sancha», que se conserva en la Biblioteca Nacional, fechado en 1047, es de estilo mozárabe y se debe a un miniaturista llamado Facundus. La Virgen aparece entronizada y con escabel, aunque con los pies descalzos. Sirve, a su vez, de trono al Niño Jesús, que muestra en su mano izquierda la cruz de Oviedo. El ángel, probablemente San Gabriel, con bastón de mensajero, llama la atención hacia la escena.
Pertenece la segunda de las imágenes a la Biblia que se conserva en la Biblioteca Provincial de Burgos, del siglo XII. Aparece en ella la Virgen sentada en trono, siendo ella trono de su Hijo, y calzada. Tiene en su mano izquierda el lirio con las tres flores que simbolizan su virginidad antes del parto, en el parto y después del parto. Al fondo, el firmamento, con la estrella de Oriente a la altura de la cabeza de María. El Niño aparece bendiciendo con una mano y sosteniendo el libro cuadrado en la otra. Los tres Reyes Magos se muestran a la izquierda, ofreciendo sus dones; a la derecha, los pastores en actitud de adoración; abajo, a la derecha, San José, mostrando la escena.
La tercera imagen, finalmente, pertenece a la Biblia del año 1263, copiada por Raimundus, que se guarda en el Museo Episcopal de Vich. Estamos en el siglo XIII, aunque el dibujo aún conserva características románicas. María aparece ligeramente de perfil, hacia su Hijo, con la cabeza inclinada hacia él y con su mano derecha en actitud de acariciarlo. No aparecen sus pies. El Niño, igualmente de perfil, vuelto hacia su Madre, con los pies descalzos. Los dos se miran a los ojos, en mutuo gesto de comunicación y amor. Sólo el aura sobre sus cabezas revela santidad y divinidad, habiendo desaparecido todo atributo de majestad, así como los símbolos de historia sagrada de las anteriores imágenes. En suma, es ésta una representación en que su autor expresa humanidad y vida interior, en armonía con las características que hemos visto en la literatura mariana de este siglo.
El tratamiento de la figura de María en el arte español da mucho de sí; en torno suyo se nos revelan otras muchas cosas de nuestro ser como españoles y sería bueno se insistiera en su estudio.

Joaquín de Alba Carmona

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