30/10/08

Letrilla de la Virgen María esperando la Navidad, de Gerardo Diego

Cuando venga, ay, yo no sé
con qué le envolveré yo,
con qué.

Ay, dímelo tú, la luna
cuando en tus brazos de hechizo
tomas al roble macizo
y le acunas en tu cuna.
Dímelo, que no lo sé,
con que le tocaré 1 yo,
con qué.

Ay, dímelo tú, la brisa
que con tus besos más leves
la hoja más alta remueves,
peinas la pluma más lisa.
Dímelo y no lo diré
con qué le besaré yo,
con qué.

Pues dímelo tú, arroyuelo,
tú que con labios de plata
le cantas una sonata
de azul música de cielo.
Cuéntame, susúrrame
con qué le cantaré yo,
con qué.

Y ahora que me acordaba,
Ángel del Señor, de ti,
dímelo, pues recibí
tu mensaje: «he aquí la esclava».
Sí, dímelo, por tu fe,
con qué le abrazaré yo,
con qué.

O dímelo tú, si no,
si es que lo sabes, José,
y yo te obedeceré,
que soy una niña yo,
con qué manos le tendré
que no se me rompa, no,
con qué.



Estamos ante un delicado poema de Gerardo Diego a la concepción de María. Habla ésta como una mujer joven, casi niña en su inocencia, sobrecogida por el pasmo de la maternidad inminente que palpita en su seno.
Gerardo Diego, uno de los poetas más variados del siglo XX, que ha cultivado todas las tendencias vanguardistas, desde el surrealismo hasta el ultraísmo y el creacionismo, elige en este poema la letrilla tradicional de tema religioso, cuya manifestación especial es el villancico. Al final de cada estrofa de cuatro versos octosílabos, se repite un sencillo pensamiento, gracioso y popular, a modo de estribillo. Gerardo Diego es también -conviene recordarlo- el único poeta de la generación de 1927 en cuya poesía aparece el tema religioso tratado, como señala Julián Marías, con una recobrada ingenuidad de vuelta -la única sinceramente posible-, siempre vivo, con emoción y felices hallazgos.
A cierta altura de la vida, y en un momento histórico en que las concepciones religiosas sobre el sentido de la vida y la incardinación del hombre en el mundo parecen recobrar un cierto carácter de confrontación que parecía ya superado, resulta profundamente conmovedor caer en la cuenta de algo que, a fuerza de sabido, solemos olvidar: que lo esencial del Cristianismo es la Sagrada Familia y que nuestra concepción de la familia se debe al Cristianismo.
La Sagrada Familia, en efecto, está en el centro de la teología cristiana, pues es en su seno donde Dios se hace hombre y donde el hombre -todo hombre- es elevado a la condición de hijo de Dios. Lo que los teólogos e historiadores de las religiones llaman hierofanía (aparición o manifestación de lo sagrado), núcleo mismo de toda concepción religiosa, es en el Cristianismo la Navidad o nacimiento de Jesús del seno de María: el niño Dios, a la vez humano y divino, y su madre humana, toda amor, dulzura, ternura, paradigma de todas las madres.
Notemos que la diferencia con otras confesiones monoteístas es más profunda de lo que, a simple vista, pudiera parecer. Dios, para los cristianos, no es ya y tan sólo el Dios del Sinaí que se manifiesta en una ardiente zarza al profeta Moisés y le hace entrega de las tablas de la Ley o alianza entre el pueblo elegido y su Dios. Como tampoco resulta de la expresión de un libro sagrado, inmutable en el tiempo, revelado por el Arcángel Gabriel al Profeta, «un dictado sobrenatural recogido por el Profeta iluminado», en expresión de Louis Massignon.
La grandeza del Cristianismo consiste en el doble e idéntico carácter de humanidad –con toda la dimensión histórica, evolutiva, que entraña la condición humana– y trascendencia de Cristo. Y radica precisamente en el Belén, en la Natividad de Jesús, Dios hecho hombre en el seno de María.
Y es en la intimidad de la pureza juvenil de María que espera sobrecogida de unción y amor el fruto de su vientre, donde Gerardo Diego nos sitúa en el poema que traemos aquí, como felicitación navideña dirigida a nuestros amigos y conciudadanos de Palma.
Durante años, tuve ante mí la menuda y entrañable figura de Gerardo Diego en su diaria tertulia del madrileño Café de Gijón. No cabía mayor sencillez y humildad en la actitud y el gesto de tan eminente poeta, que conversaba pausadamente con sus contertulios, como uno más, en tanto yo le contemplaba emocionado, consciente de que su presencia era un regalo temporal que el paso del tiempo habría de arrebatarnos.
Por eso hoy, al tiempo de evocar la festividad cristiana de la Natividad de Jesús, la fiesta por excelencia porque lo es de todos los hombres, sin distinción de latitudes, he querido aprovechar la invitación que la Hermandad de la Virgen de Belén me brinda para expresar a todos los lectores de la revista EL BELÉN mis deseos de paz y felicidad, dirigiendo de igual forma un recuerdo al poeta que, en nuestro tiempo, ha sabido cantar con verso sencillo y emocionado, con sentimiento tan tiernamente humano como es el embeleso, la suspensión de María ante el próximo nacimiento de su niño, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.

Joaquín de Alba Carmona


Nota 1: “con qué le tocaré...” utilizado en el sentido del verbo tocar como cubrir con toquilla.

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